En la Argentina vivimos inmersos en una economía “mixta” donde constantemente se entrecruzan regulaciones y libertades. Un sistema constituido por la mezcla de dos polos bien definidos: por un lado el estatismo, en cualquiera de sus modalidades -comunismo o fascismo- llevado a la práctica por gobiernos que ejercen un sinfín de controles sobre la vida política, económica y social de su pueblo; y en el otro extremo, el capitalismo o libre mercado, donde la participación del Estado en la vida de las personas es mínima, siendo el pueblo quien goza de todas las libertades y se responsabiliza del gobierno de sí mismo. Concretamente, casi todos los Estados del mundo caen dentro de esta categorización, salvo algunas excepciones como Cuba, Corea del Norte o la ex Unión Soviética y la Italia de Mussolini, totalmente asociadas con el estatismo puro. Sin embargo es difícil encontrar algún ejemplo que se alinee con el otro polo, quizás la experiencia más cercana al capitalismo puro fue en el comienzo de los Estados Unidos, mientras se aplicaron las ideas y valores de sus “padres fundadores”.
Uno de los problemas inherentes a las economías mixtas es la incompatibilidad entre sus principios rectores, libertades y controles. El uso de regulaciones inevitablemente conlleva a la creación de nuevos controles, lo que genera que estos sistemas sean composiciones muy inestables en los cuales para llegar a una posición firme y duradera en algún punto es necesario eliminar los controles o decantar en alguna de las ya conocidas formas de gobiernos totalitario. Argentina está viviendo en “carne” propia los problemas de coexistir con esta contradicción. Con el argumento de incentivar las exportaciones como “política de Estado”, el gobierno intervino en forma constante el mercado cambiario, emitiendo pesos para comprar dólares y así mantener un precio de la divisa extranjera alto para “favorecer” al sector exportador. Al poco tiempo se dieron cuenta de que este “control” (como todas las intervenciones en la economía) tenía efectos secundarios. Para frenar el aumento de precios generado por la sobreoferta de pesos, se introdujo el sistema de control de precios, llevado a la práctica por medio de piquetes a empresas, patoterismo o las “ligas de vigilancia”. Pero como esbozado más arriba, esta metodología intervencionista implica nuevas regulaciones, que se pueden tornar extremas, y llegar al nivel de prohibición, como en la situación argentina actual: hoy el sector ganadero no puede exportar libremente sus productos. Que el resultado final de estas intervenciones del gobierno contradigan irrebatiblemente su “política de Estado” no es una mera coincidencia…es simplemente el estadio final de una economía mixta.
Así como una ideología política está basada en un conjunto de principios coherentes cuyo fin es mantener un sistema social a largo plazo, una anti-ideología, como la nuestra, se caracteriza por una cantidad de medidas cuyo único objetivo es ocultar los problemas del momento sin considerar los orígenes o las consecuencias de dichos problemas. Se trata de hacerlo siempre de la forma más caótica y contradictoria posible, de manera tal que siempre exista alguien a quien culpar por los fracasos y errores de dichas acciones, preferentemente escogiendo a alguna de las víctimas de estas medidas (llámese empresa petrolera, supermercado, consignatario de hacienda, etc.).
Vivir en una economía mixta es como navegar en un barco lleno de agujeros donde uno lucha con un balde contra el agua que va entrando permanentemente. Cada regulación es nuevo orificio en el casco de la libertad individual y cuando la sociedad ya no pueda tapar más los agujeros taladrados por los controles y regulaciones o cuando simplemente se canse de achicar el agua, la economía se va a ir a pique. Si no estamos dispuestos a enfrentar las regulaciones debemos ser consientes que vamos a tener que vivir corriendo con un balde en la mano.
Ya es hora de salir de esta nebulosa de contradicciones y decidir para cual de los dos rumbos queremos ir. El presidente Kirchner hace tiempo que tomo el suyo, su norte está marcado por un Estado que controla (sin llegar a nacionalizar) los medios de producción, lo que históricamente se conoce como Fascismo. A diferencia del Estado comunista de su compañero Fidel Castro, Kirchner no pretende estatizar las empresas, solo intenta controlar, gracias a la complicidad del sector privado, los precios de venta de los productos, los mercados, la estructura de costos, la cantidad de bienes ofertados, etc. Ejemplos de expediciones hacia el polo del estatismo sobran en la Historia y ninguno ha tenido un final feliz, pero por alguna razón fueron pocos los que se animaron a incursionar en el polo de la sociedad capitalista, donde impera el libre mercado y donde el gobierno se limita a garantizar la propiedad privada y los derechos individuales.
¿Por qué en Argentina nadie se animó a reanudar la expedición hacia la sociedad abierta que alguna vez inició Juan B. Alberdi? ¿Por qué no estamos dispuestos a retomar las ideas e ideales que nos llevaron a ser uno de los países mas ricos y admirados del mundo? Está más que claro que Alberdi no pudo culminar su ambiciosa empresa y que fueron pocos los que se trataron de seguir su camino. Pero afortunadamente nos dejó un mapa claro y conciso para que podamos continuar su expedición, un mapa que durante décadas muchos gobiernos han tratado de ocultar, tergiversar y falsificar: la Constitución de 1853/60.
Hoy estamos viviendo las consecuencias del estancamiento en un término medio entre libertades y regulaciones, de transigir los ideales de la sociedad abierta con los de un Estado totalitario. No es difícil predecir quien va a ser el vencedor en esta fatídica convivencia. Reconocer las debilidades y amenazas de una economía mixta es un paso fundamental para poder iniciar un cambio hacia la sociedad abierta.
Cochi (Agosto 2006)